Estos santuarios forman parte de la cultura árabe y en Marruecos tienen un lugar destacado. Cualquier viajero sucumbirá a sus encantos después de una intensa jornada perdido en el zoco de Marrakech o la Medina de Fez. Adentrarse en uno de ellos es disfrutar de un mundo de olores, texturas y sabores, ya que en cualquiera de ellos siempre nos obsequiarán con un té a la menta para que todos nuestros sentidos sean colmados.

Estos edificios son construidos de adobe y revestidos en su interior con “tadelakt”, una especie de estuco que se realiza a mano y que absorbe la humedad que se concentra durante el día en estos centros. En su mayoría suelen separar las estancias de mujeres y hombres o realizan servicio para ambos sexos en horarios alternos.

El ritual se inicia en la sala caliente donde los lugareños suelen cubrirse con savon noir (jabón de palma) y en la que se permanece para sudar un rato hasta suavizar la piel. Posteriormente se pasa a la sala de masaje donde, con un guante de crin eliminarán las pieles muertas de nuestro cuerpo. Tras el enérgico masaje, nos daremos una ducha y podremos complementar todo este proceso con un agradable masaje a base de aceites aromáticos, mascarillas a base de arcilla con pétalos de rosa o tratamientos a base de aceite de argán.

Se trata de una experiencia imprescindible para cualquier viajero que se precie, después de una intensa jornada en las ciudades imperiales que nos ofrece Marruecos.